jueves, 11 de diciembre de 2008

CLARISE

CLARISE

CLARISE Sobre todo tenía en mi cabeza los interminables pasillos de los aeropuertos y el olor de los balcones cerrados. La contemplación de la bahía me servía como antídoto contra la crueldad de la vida que todavía no había experimentado pero que sentía que era una constante en la vida de las demás personas. Ansiaba tomarme unas vacaciones de mí mismo, empecé a encontrar irritante estar en mi piel. Con los golpes de kick-boxing descargaba la tensión en el gimnasio y empezaba a sospechar que había una violencia innata en mí. Durante mucho tiempo había estado contemplándome el ombligo y ahora empezaba a abrirme camino en el corazón de los demás, era una experiencia nueva para mi alma. Hay un filósofo que considera que un ser humano es un virus que infecta a otro virus y que las relaciones sociales son una enfermedad purulenta, tenía miedo de entrar por esa puerta y volverme un misántropo arrepentido de odiar a todo el mundo. Era necesario encontrar la mesura en mi vida y el sentido más excelso de las cosas que parecen no tener ningún sentido: el dolor, la vejez, la enfermedad y la muerte. La contemplación de la bahía servía a mis propósitos. Había vivido mucho tiempo en un estado de negativismo y confusión que es propio de las sociedades modernas, ansiaba la savia del espectáculo de la vida desplegado a mi alrededor como una pirotecnia artificial provista de respuestas, pero las respuestas tardaban en llegar y yo no hallaba mi camino. Al final de la vida somos un hombre solo perdido en medio de un sendero que hemos tratado de hacer lo menos tenebroso posible. Pensaba en qué me dio la fe, qué me dio el amor que sentí por las mujeres que había amado y qué quedaba de ello, me entregaba al filo de mis pensamientos. Trataba de ser lo más elevado y lo más inteligente posible y esto era en mí una pretensión que peligraba en volverse pedantería. Tampoco quería convertirme en un ser oscuro que atrae la oscuridad sobre sí, quería un nuevo renacimiento de mí mismo en un mundo sin drogas, sin alcohol, sin excesos sexuales y sin ninguna mala pasión de ningún tipo. Aspiraba a transformarme en un hombre tranquilo en paz con su conciencia. Pero había un punto remoto de insatisfacción en mí que no me dejaba avanzar, en el fondo anhelaba ser un salvaje. Me repugnaba la idea de hacerle daño a alguien y lamentaba profundamente los momentos en que eso había sucedido, estaba encontrando una verdad mayor que yo mismo. Desde pequeño supe que todas las almas estamos conectadas y que la unión de todas las almas conectadas es lo que podemos llamar Dios. La existencia nos separa ficticiamente de las almas de los otros, nos separa de Dios. Durante mucho tiempo fui un ser solitario sin consuelo, quería romper con todo mi pasado. Pensaba en una sociedad que crea enemigos, pensaba en los conceptos de razón, credo o raza y en cómo nos aíslan más unos de otros. Esperaba el abrazo universal. Ya no sentiría más dolor existencial de ningún tipo. La urbanización en la que vivía parecía una ciudad encerrada dentro de una botella, mis paseos a la playa hacían avanzar mi alma un paso más. Mirar cambiar el color del cielo, mirar el cielo. Mirar cambiar el color de las olas, mirar el mar. Esperar al día llamado viernes y esperarlo con los ojos cerrados. Caminando por la playa divisé la figura espigada de mi amigo Jeremías. Distinguí su melena a la altura del cuello y el brillo de sus ojos negros. Se acercó hasta mí con un andar elástico y elegante. --Hola José—saludó--¿Cuándo viene tu novia? Jeremías siempre estaba preguntando por las novias de los demás, en su cabecita enferma le daba morbo levantar las novias de los colegas, eso le hacía sentirse fuerte. --Tiene que estar ya en el autobús. Viene esta tarde—contesté. Jeremías esbozó una sonrisa, se sentía muy contento. Tenía carne nueva para él, presas que poder hostigar. Pero yo tenía muy claro que nada iba a empañar mi energía positiva de ninguna manera. Así que le dejé hacer. --Nos vemos esta tarde en el bar La Boladilla alta. Estoy deseando saludar a tu novia Clarise. Clarise llegó tarde y con las uñas pintadas de azul, tenía el gesto distante. Había estado bebiendo vino y su cara de niña mala estaba un poco desencajada, me dijo que en absoluto quería ver a Jeremías. A ella le parecía un guaperas autosuficiente que tenía poco cerebro y mucho ego. Yo sin embargo acudí a la cita con ella, nos habíamos vestido con un poco de decoro para la ocasión porque el hecho de que fuera verano no tenía porque desvirtuar nuestra apariencia. Jeremías sin embargo llegó con una indumentaria parecida a la que tenía en la playa: bermudas azul, alpargatas y una cinta para el pelo, camisa de motivos florales para rematar. Jeremías, tras que tomásemos un par de cervezas en el bar, propuso ir a ver los misiles pasar a la playa ahora que ya había oscurecido. Cogimos prestadas un par de tumbonas del chiringuito cerrado y nos echamos mirando a las estrellas, no era difícil que pasaran un par de misiles en el cielo destinados a algún país de Oriente Medio. Clarise se sentó entre los dos, se había llevado de casa una botella de vino y bebía en una copa que había cogido del bar. No había cogido copas para nosotros por lo que deduje que ella pasaría otra de esas noches de autismo social bebiendo sola. Los misiles tardaban en aparecer, eran como estrellas fugaces pero mucho más ruidosos y dejaban una estela en el cielo de humo blanco que se volvía gris en la noche. Los misiles llevaban su propia luz y eran como una guía para los misiles que vinieran detrás. Jeremías emitía su gracejo particular para ganarse la simpatía de Clarise pero Clarise no estaba muy comunicativa. Finalmente Jeremías y yo comenzamos a hablar del comienzo de la guerra hace años y cómo nos habíamos acostumbrado a ver volar misiles y cómo lo considerábamos ya un espectáculo. Pero teníamos las ideas poco claras, como formando nebulosas en nuestras cabezas. Clarise seguía bebiendo y nosotros observando el cielo. A veces pienso que si un tonto y un hombre con mala fe se cruzan pierde el tonto. La vida es un tonto que se cruza con alguien que tiene mala fe y sale perdiendo. Yo lamentaba no querer a Clarise tanto como había querido a otras novias, mi esperanza iba a mejorar con eso. Ya estaba encogido el desarrollo fractal en los recovecos de los cerebros mayores que un gusano, era un guiño de la moda de la ciencia. La verdad es que tampoco me preocupaba mucho, no era mi guerra. Con pasos diminutos avanzábamos hacia el desastre y los nanorobots de la tecnología hacían las cosas por nosotros. Esperábamos la época de la tormenta sobre el hielo, cuando el mar se congelaba. Entonces el espectáculo era intenso. Muchas veces acudía a la playa a ver chicas de piernas musculosas y nalgas prietas. Mi interés por el sexo se centraba en sentir deseo, el deseo lo era todo para mí. No me gustaban los días en los que yo era incapaz de sentir deseo por una mujer, esos días me parecían muy grises y vacíos de significado. Me había propuesto desde siempre no malgastar mi energía sexual, así que si no podía estar con una mujer no perdía el tiempo consolándome a mí mismo. Por fortuna Clarise era una buena amante y no quería perderla en manos de mi amigo Jeremías. A Clarise la encontré el Jueves diez de julio del año 2008 en un bar de Valladolid. Yo había entrado a tomar una cerveza sin alcohol y allí estaba ella: alta, morena, con cara de niña mala. Nos presentó el camarero y enseguida comenzamos a intimar. Se notaba que yo le gustaba mucho a ella, siempre he tenido un alo de canalla que las encandila a todas. Yo había vuelto a fumar y me encontraba más relajado por eso. Recuerdo sus medias negras bajo su falda, sus largas piernas y sus medias oscuras.

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Enviado por: jose imaginacion

El Hombre Romantico