viernes, 26 de junio de 2009

ISHTAR

ISHTAR



Ishtar es la diosa babilónica del sexo, la fertilidad, el amor pasional y la guerra. La antigua Babilonia estaba situada entre el Tigris y el Eufrates, más o menos donde ahora se encontaría Irak. También se la conoce con el nombre de Astarté.
Es una pena pensar que donde ahora está Irak hace miles de años existió una ciudad llena de lujo y esplendor, una ciudad pagana donde se practicaba la prostitución sagrada y donde la gente era rica y libertina.
Me gustaría saber si hay alguna oración a la diosa Ishtar. Yo conozco una. Durante un tiempo yo rezaba a la diosa Ishtar. En este mundo de libertad religiosa supongo que no habrá nada malo en creer en la diosa Ishtar…¿Veis algo negativo en ello? Cuando rezaba a la diosa decía así:
DEA SUPICEM EXAUDIT NO DEJES MORIR TUS LLAMAS CALDEA MI SORDO CORAZÓN O VIERTETÉ EN MIS HONDOS SUEÑOS CON TU LICOR ARDIENTE Y MISTERIOSO. ISHTAR, YO TE INVOCO, DAME LA PRESTANCIA DE UN ÁNGEL Y LA FUERZA DE UN TIGRE. ISHTAR, YO TE INVOCO PORQUE YO SOY TU FIEL ADORADOR.

Enviado por: jose imaginacion

El Hombre Romantico

lunes, 8 de junio de 2009

FIN DE LA CLASE MEDIA

FIN DE LA CLASE MEDIA

FIN DE LA CLASE MEDIA: UNA HISTORIA DE AMOR El católico miró la fotografía que le hiciera Rosaura ante la jaula del tigre blanco del zoo de Cantabria, habían pasado quince años de aquello. Sus ojos se posaron sobre la sordidez del cuarto, cucarachas muertas que parecían dormidas, olor a mierda de animal que subía de la calle y se mezclaba con el de las cañerías. El católico había vuelto a aquel prostíbulo de pueblo donde ya no bebía porque se lo impedía su úlcera, en cambio se dejaba acompañar por mujeres veinte años más jóvenes que él. En un espejo con el azogue gastado podía ver su imagen avejentada en camiseta, realmente parecía aparentar más de sus cincuenta años a pesar de tener buen tipo; para él tener buen tipo era estar delgado cuando en realidad lo que ocurría era que la úlcera no le dejaba comer. Toda su fuerza la sacaba de un paquete y medio de cigarrillos diarios y un te verde y amargo que le preparaba su casera acuciada por el instinto maternal. A su edad no se asustaba por nada pero pensaba que debía recuperar el tiempo perdido en sus insulsos años de matrimonio, el sexo era una buena excusa para hacer su voluntad, para reafirmarse como individuo. Hacía pocas horas que había pasado por su colchón Irina la ucraniana, una belleza de ojos metálicos de poco más de veinte años con pechos grandes y redondos y unos pezones rosas y juguetones. Ella era una chica traviesa que le divertía y trataba con respeto, no como en otros lugares donde le habían cogido su miembro con un clinex para chupárselo con una mueca de asco. A su edad enamorarse era una tragedia, siempre lo había sentido así. Y ahora contemplaba la foto que le hiciera Rosaura frente a la jaula del tigre y sentía que había estado desperdiciando su vida. Por ella fue que se separó de su mujer con la que llevaba décadas casado, por ella fue que lo dejó todo y se fue a vivir a otra ciudad, a iniciar una nueva vida. Eso fue antes de que empezaran los problemas, de las apuestas, el vino y las mujeres. Antes de que engañara también a Rosaura de la que estaba enamorado simplemente porque su instinto se hizo insaciable. Le llamaban el católico porque no se avergonzaba de serlo, había cometido muchos errores en esta vida pero el pensaba que permanecía siempre del lado del bien, la realidad era que había sido siempre una mala persona con una coraza de moralidad y respetabilidad que se había inventado a su alrededor. De hecho él siempre despreciaba a la gentuza con la que tuvo que tratar porque se sabía mejor que ellos, con el tiempo su destino y el suyo fueron parejos. Un mismo destino para una misma vida, es lo obligado y lo presentido. Los sueños nos hablan siempre en secreto de aquello que apuntan nuestros instintos y el católico siempre supo que su vida se perdería, se consolaba pensando que Dios estaba con él pero todo era mitad artimaña y mitad espejismo. De joven había sido muy peleón, creía en la violencia. De joven no se había dejado achantar por nadie y había vuelto del revés más de una cara aunque nunca le había levantado la mano a una mujer. Pero ahora, al sentirse abandonado por Rosaura, latía en él un deseo de vengar su ego maltrecho que no resarcía con las jornadas maratonianas de sexo en "El jardincito". El católico acariciaba la idea de poner fin a la vida de Rosaura y más tarde poner fin a su propia vida. Aunque le dolía el estómago sabía que esa noche volvería a beber, no le importaba amanecer reventado en un hospital de barrio, sentía una gran necesidad que al mismo tiempo era una gran necedad. Sus ojos volvían a mirar una y otra vez aquella foto que le hizo ella ante la jaula del tigre y se dio cuenta de que ese día había sido inmensamente feliz. El drama de la felicidad no consiste en no ser ya feliz sino en haberlo sido alguna vez, en ver como los días se suceden monótonamente sin esperanza ni amparo mientras el yo que una vez hemos sido nos llama desde alguna parte al mismo tiempo que la vida nos cobra su tributo.
Puede que el católico estuviera loco pero puede que en su locura estuviera su fuerza. La locura es preferible a la vulgaridad. La gente cuerda es vulgar y estigmatiza a todos los que no están mentalmente como ellos, sin embargo en la locura podemos encontrar una fuerza que nos entrega una luz que nos hace más sabios, todo ello sumado da como resultado que el vesánico no sea una persona común, que el vesánico no sea una persona corriente. El católico no sabía que estaba loco pero lo que tenía muy claro es que él no era una persona vulgar, si se sentía por encima de la masa, del vulgo, era por encontrarse en la seguridad de que era moralmente superior. La vida nos entrega sus laboriosos juegos de espejos y en ellos nos encontramos cuando estamos perdidos. El católico recordaba la invasión pacífica de china en los años del virus, paseaba de la mano con Rosaura por las calles atestadas antes de que se produjeran las reacciones xenófobas. Hacía tiempo que la gente había dejado de llevar mascarillas como si con ese gesto le hubieran perdido el miedo a la muerte. Sabía que él también tendría que ponerse el chip en la mano derecha para ser controlado en todo momento por el gobierno del Nuevo Orden Mundial, pero por ahora no había acudido a los centros indicados para que le hicieran la implantación. Había oído hablar de los psicofármacos que entregaba el gobierno como si fueran caramelos, en su mayoría tranquilizantes. Los tranquilizantes más suaves podían comprarse en farmacias sin receta médica y te proporcionaban al menos dos horas de paz y relajamiento total, su precio era inferior a un paquete de cigarrillos. Entre los tranquilizantes y la realidad virtual la gente no se preocupaba por dejar su destino en manos del Nuevo Orden Mundial, la diversión estaba asegurada y la protección también: un nuevo ejército, compuesto por masas desheredadas y hambrientas del cono sur pero capitaneadas por lo más selecto de los grupos de control gubernamentales y de su inteligencia militar, estaba programado para dar la vida ante el avance del Crimen Internacional compuesto por mafias y organizaciones terroristas que trabajaban al alimón. Crimen Internacional se nutría de descontentos con el sistema, parados, ecologistas extremos, antiglobalizadores, anarquistas de siempre, socialistas utópicos y terroristas fanáticos. Crimen Internacional era la opción al mundo supercontrolado del Nuevo Orden Mundial con el que podías coexistir pacíficamente más o menos drogado, más o menos libre. Las normas de Crimen Internacional eran tan rígidas que muchos preferían estar del lado del gobierno planetario manipulador. El católico recordaba cómo se empezaron a diluir las fronteras entre el bien y el mal, no había bien ni mal tan sólo había dos opciones: permanecer del lado del gobierno o permanecer en contra del gobierno. Las dos tenían ventajas e inconvenientes. Pero el católico había inventado una tercera opción: permanecer del lado del mal, estar del lado del gobierno y pensar que estaba obrando bien y que pertenecía al lado de los justos. Es decir, el católico no era consciente de su propia maldad, no sabía muy bien qué estaba haciendo ni de qué modo estaba obrando. Sólo tenía en su cabeza la sensación de ser un hombre noble y bondadoso que vivía sin meterse en problemas intentando disfrutar de alguna manera de la vida que le había tocado vivir y en el tiempo en el que le había tocado estar. No le gustaban los tranquilizantes y prefería el alcohol; alcohol y cigarrillos estaban a unos precios ridículos. El tabaco podía matarte pero todo podía matarte: el sol, un virus, un terrorista, un Criminal Internacional, el gobierno sufriendo una equivocación, un psicótico desde su mente alucinada por el sistema. La vida se había vuelto más precaria, más frágil y por eso se vivía con toda la intensidad que dan los tiempos finales cuando lo cierto era que no había tiempos finales sino inicios de un nuevo mundo. El católico nació en España a mediados de los años setenta, era hijo de un matrimonio de médicos que ganaban bien su vida y tenían buenos sueldos por eso tuvo una buena formación académica. El católico se licencio en derecho, estudió idiomas y vivió una temporada en el extranjero. Estuvo muchos años de pasante con un sueldo mínimo y cuando por fin pudo ejercer como abogado se dio cuenta de que no tenía suficiente dinero para tener un despacho propio e ingresó en un bufete de abogados de su ciudad. Como la universidad se había masificado había un exceso de profesionales liberales con lo cual el mercado bajó el precio de sus tarifas, el católico pertenecía a una clase media mucho más amplia pero que ganaba menos dinero que la generación de la clase media de sus progenitores aunque tuvieran más formación. Todo fue bien medianamente en los años noventa, pero con la crisis del año 2007 el dinero empezó a escasear, los clientes eran menos y los abogados que rompían el mercado con tarifas más bajas de las normalmente aplicadas eran un peligro. La clase media empezó a sufrir el paro, a tener menos ingresos. Los precios de los alquileres y la vivienda estaban muy altos y la gente vivía para poder pagar su casa, entonces se cobraba poco o no se cobraba, los morosos eran muchos. Al católico empezaron a llegarle menos ingresos. Al menos ganaba más de mil euros al mes y tenía trabajo, compartía una casa pagada a medias con su mujer pero cuando se divorció de ella la vendió y tuvo que vivir en una pensión donde la casera le preparaba te verde todas las tardes para darle ánimos. Los jóvenes eran más cultos, más instruidos, más viajados pero ganaban poco dinero. La riqueza tenía que repartirse, la clase media se había hecho mucho más amplia y un sinfín de hijos de obreros formaban parte de ella por fin teniendo además una buena formación cultural e intelectual. El católico se alegraba de ello, nunca había sido clasista y pensaba que la riqueza tenía que repartirse y que todo el mundo tenía derecho a una vida mejor. Lo que le disgustaba al católico era que pertenecía a una clase media que era mucho más pobre que la clase media de sus padres y que había tenido que estudiar y que trabajar más, el católico pensaba que para un hijo de obrero llegar a la clase media no había sido tan malo. El problema era que los hijos de los obreros que habían llegado a ser clase media desearían haber vivido en una clase media tan opulenta como la que había antiguamente, muchos hijos de obreros tenían padres con baja formación intelectual pero que ganaban bastante más dinero que ellos que tenían una educación superior, un título universitario y una profesión liberal. Todo ello propiciaba una clase media con recelos y resquemores consigo misma, es decir una clase media que jamás se uniría para luchar. Una clase media que por un lado se preocupaba—no en todos los casos—de venir de una clase obrera o que se resignaba de proceder de una clase superior y haber perdido poder adquisitivo. El católico recordaba algo que había leído de Ortega, Ortega pensaba que llegaríamos a la época del señorito satisfecho, una época en la que sólo nos procuraríamos autosatisfacernos pero en la que no lucharíamos por nada, no tendríamos ideales ni objetivos, una época de señoritos autocomplacientes. Aquella época que decía Ortega para él llegó en los años noventa, cuando todo el mundo había subido de categoría social y se vivía para el placer sin importar el mañana. Lo que no imaginó el católico es que en poco tiempo pasarían de ser señoritos satisfechos a señoritos pobres, es decir incapacitados para la lucha por la justicia social debido al propio egoísmo, complacencia e insolidaridad que les había encumbrado. Había crisis pero las discotecas estaban llenas, los discobares estaban llenos, había muchas ofertas de consumo en lo referente al ocio y todo el mundo prefería el ocio a la lucha social. Los jóvenes de ahora no agradecían la lucha por las libertades que tuvieron que sufrir sus padres y lo veían como un proceso natural, como una inercia en la que todo hubiera discurrido casi de un modo mágico, sin esfuerzo, sin lucha, sin sangre. Todos los derechos de los que ahora disfrutaba la juventud los vivían como una herencia regalada que habían obtenido sin ningún esfuerzo, dolor o sacrificio y estando incapacitados como estaban para rebelarse cuando llegó el cras del 2010 se limitaron a autosatisfacerse todavía más a volcarse en los excesos de todo tipo y a ahogar sus penas en cualquier vicio dejando la violencia en grupos marginales que habían hecho de la violencia una forma de marginación de un paraíso al que todavía ellos creían pertenecer; pero todo era una ficción, una fábula, un encantamiento y nadie sabía qué podría pasar porque al mismo tiempo que se empobrecían bajaban los precios de los lugares de ocio, se obtenían subsidios sociales y arañando dinero de aquí y de allá con un poco de ayuda familiar y otro poco de ayuda del estado la situación que se vivía era mucho más cómoda que la lucha por tratar de mejorarla y que como ya he dicho antes cayó en manos de grupos ultramarginales que empezaron a poco a ser considerados filoterroristas y por lo tanto a ser perseguidos. Rebelarse contra el sistema empezó pagarse muy caro porque se suponía que el sistema era justo y garante, ya no había una dictadura, no había ningún tipo de régimen militar y si luchabas lo hacías contra una democracia y te convertías en antidemócrata y por lo tanto merecedor del más duro de los castigos. Pero el amor era la fuerza que lo convertía todo, por eso el católico sabía que aunque hubiera perdido a Rosaura y a su mujer al menos podría volver a reconquistar a Rosaura. Así fue como el católico trazó un plan para recuperar a su antiguo amor, pero esto es otra historia.

Enviado por: jose imaginacion

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