jueves, 11 de diciembre de 2008

CLARISE

CLARISE

CLARISE Sobre todo tenía en mi cabeza los interminables pasillos de los aeropuertos y el olor de los balcones cerrados. La contemplación de la bahía me servía como antídoto contra la crueldad de la vida que todavía no había experimentado pero que sentía que era una constante en la vida de las demás personas. Ansiaba tomarme unas vacaciones de mí mismo, empecé a encontrar irritante estar en mi piel. Con los golpes de kick-boxing descargaba la tensión en el gimnasio y empezaba a sospechar que había una violencia innata en mí. Durante mucho tiempo había estado contemplándome el ombligo y ahora empezaba a abrirme camino en el corazón de los demás, era una experiencia nueva para mi alma. Hay un filósofo que considera que un ser humano es un virus que infecta a otro virus y que las relaciones sociales son una enfermedad purulenta, tenía miedo de entrar por esa puerta y volverme un misántropo arrepentido de odiar a todo el mundo. Era necesario encontrar la mesura en mi vida y el sentido más excelso de las cosas que parecen no tener ningún sentido: el dolor, la vejez, la enfermedad y la muerte. La contemplación de la bahía servía a mis propósitos. Había vivido mucho tiempo en un estado de negativismo y confusión que es propio de las sociedades modernas, ansiaba la savia del espectáculo de la vida desplegado a mi alrededor como una pirotecnia artificial provista de respuestas, pero las respuestas tardaban en llegar y yo no hallaba mi camino. Al final de la vida somos un hombre solo perdido en medio de un sendero que hemos tratado de hacer lo menos tenebroso posible. Pensaba en qué me dio la fe, qué me dio el amor que sentí por las mujeres que había amado y qué quedaba de ello, me entregaba al filo de mis pensamientos. Trataba de ser lo más elevado y lo más inteligente posible y esto era en mí una pretensión que peligraba en volverse pedantería. Tampoco quería convertirme en un ser oscuro que atrae la oscuridad sobre sí, quería un nuevo renacimiento de mí mismo en un mundo sin drogas, sin alcohol, sin excesos sexuales y sin ninguna mala pasión de ningún tipo. Aspiraba a transformarme en un hombre tranquilo en paz con su conciencia. Pero había un punto remoto de insatisfacción en mí que no me dejaba avanzar, en el fondo anhelaba ser un salvaje. Me repugnaba la idea de hacerle daño a alguien y lamentaba profundamente los momentos en que eso había sucedido, estaba encontrando una verdad mayor que yo mismo. Desde pequeño supe que todas las almas estamos conectadas y que la unión de todas las almas conectadas es lo que podemos llamar Dios. La existencia nos separa ficticiamente de las almas de los otros, nos separa de Dios. Durante mucho tiempo fui un ser solitario sin consuelo, quería romper con todo mi pasado. Pensaba en una sociedad que crea enemigos, pensaba en los conceptos de razón, credo o raza y en cómo nos aíslan más unos de otros. Esperaba el abrazo universal. Ya no sentiría más dolor existencial de ningún tipo. La urbanización en la que vivía parecía una ciudad encerrada dentro de una botella, mis paseos a la playa hacían avanzar mi alma un paso más. Mirar cambiar el color del cielo, mirar el cielo. Mirar cambiar el color de las olas, mirar el mar. Esperar al día llamado viernes y esperarlo con los ojos cerrados. Caminando por la playa divisé la figura espigada de mi amigo Jeremías. Distinguí su melena a la altura del cuello y el brillo de sus ojos negros. Se acercó hasta mí con un andar elástico y elegante. --Hola José—saludó--¿Cuándo viene tu novia? Jeremías siempre estaba preguntando por las novias de los demás, en su cabecita enferma le daba morbo levantar las novias de los colegas, eso le hacía sentirse fuerte. --Tiene que estar ya en el autobús. Viene esta tarde—contesté. Jeremías esbozó una sonrisa, se sentía muy contento. Tenía carne nueva para él, presas que poder hostigar. Pero yo tenía muy claro que nada iba a empañar mi energía positiva de ninguna manera. Así que le dejé hacer. --Nos vemos esta tarde en el bar La Boladilla alta. Estoy deseando saludar a tu novia Clarise. Clarise llegó tarde y con las uñas pintadas de azul, tenía el gesto distante. Había estado bebiendo vino y su cara de niña mala estaba un poco desencajada, me dijo que en absoluto quería ver a Jeremías. A ella le parecía un guaperas autosuficiente que tenía poco cerebro y mucho ego. Yo sin embargo acudí a la cita con ella, nos habíamos vestido con un poco de decoro para la ocasión porque el hecho de que fuera verano no tenía porque desvirtuar nuestra apariencia. Jeremías sin embargo llegó con una indumentaria parecida a la que tenía en la playa: bermudas azul, alpargatas y una cinta para el pelo, camisa de motivos florales para rematar. Jeremías, tras que tomásemos un par de cervezas en el bar, propuso ir a ver los misiles pasar a la playa ahora que ya había oscurecido. Cogimos prestadas un par de tumbonas del chiringuito cerrado y nos echamos mirando a las estrellas, no era difícil que pasaran un par de misiles en el cielo destinados a algún país de Oriente Medio. Clarise se sentó entre los dos, se había llevado de casa una botella de vino y bebía en una copa que había cogido del bar. No había cogido copas para nosotros por lo que deduje que ella pasaría otra de esas noches de autismo social bebiendo sola. Los misiles tardaban en aparecer, eran como estrellas fugaces pero mucho más ruidosos y dejaban una estela en el cielo de humo blanco que se volvía gris en la noche. Los misiles llevaban su propia luz y eran como una guía para los misiles que vinieran detrás. Jeremías emitía su gracejo particular para ganarse la simpatía de Clarise pero Clarise no estaba muy comunicativa. Finalmente Jeremías y yo comenzamos a hablar del comienzo de la guerra hace años y cómo nos habíamos acostumbrado a ver volar misiles y cómo lo considerábamos ya un espectáculo. Pero teníamos las ideas poco claras, como formando nebulosas en nuestras cabezas. Clarise seguía bebiendo y nosotros observando el cielo. A veces pienso que si un tonto y un hombre con mala fe se cruzan pierde el tonto. La vida es un tonto que se cruza con alguien que tiene mala fe y sale perdiendo. Yo lamentaba no querer a Clarise tanto como había querido a otras novias, mi esperanza iba a mejorar con eso. Ya estaba encogido el desarrollo fractal en los recovecos de los cerebros mayores que un gusano, era un guiño de la moda de la ciencia. La verdad es que tampoco me preocupaba mucho, no era mi guerra. Con pasos diminutos avanzábamos hacia el desastre y los nanorobots de la tecnología hacían las cosas por nosotros. Esperábamos la época de la tormenta sobre el hielo, cuando el mar se congelaba. Entonces el espectáculo era intenso. Muchas veces acudía a la playa a ver chicas de piernas musculosas y nalgas prietas. Mi interés por el sexo se centraba en sentir deseo, el deseo lo era todo para mí. No me gustaban los días en los que yo era incapaz de sentir deseo por una mujer, esos días me parecían muy grises y vacíos de significado. Me había propuesto desde siempre no malgastar mi energía sexual, así que si no podía estar con una mujer no perdía el tiempo consolándome a mí mismo. Por fortuna Clarise era una buena amante y no quería perderla en manos de mi amigo Jeremías. A Clarise la encontré el Jueves diez de julio del año 2008 en un bar de Valladolid. Yo había entrado a tomar una cerveza sin alcohol y allí estaba ella: alta, morena, con cara de niña mala. Nos presentó el camarero y enseguida comenzamos a intimar. Se notaba que yo le gustaba mucho a ella, siempre he tenido un alo de canalla que las encandila a todas. Yo había vuelto a fumar y me encontraba más relajado por eso. Recuerdo sus medias negras bajo su falda, sus largas piernas y sus medias oscuras.

Concurso comunactivo de posicionamiento, participan con un blog comunactivox donde podeís dejar en una encuesta vuestro favorito

Enviado por: jose imaginacion

El Hombre Romantico

viernes, 31 de octubre de 2008

LA CHICA DE ZELD

LA CHICA DE ZELD

LA CHICA DE ZELD Habíamos llegado toda mi familia y yo a la ciudad de Zeld, huyendo de la recesión. En Zeld mis padres habían comprado una casa-torre de más mil metros cuadrados. Ellos vivirían arriba lo que nos dejaría mucho espacio al resto de sus hijos para hacer nuestra vida. El problema es que mi tío había decidido cambiar de vida y venirse a vivir con nosotros también, pero le recibíamos con los brazos abiertos. En un supermercado de la ciudad de Zeld encontré lo que aparentemente era una barra de labios pero que luego resultó ser un perfume. ¡Qué gran idea la de meter un perfume en una barra de labios, era la bomba! Yo sabía que ese formato acabaría existiendo pero no sabía que iba a encontrármelo en la ciudad de Zeld. Miré un cartel en el edificio, estaba escrito en inglés y pude entenderlo. Hablaba de fiestas, de despedidas de soltero. Se trataba de disfrazarse todos de personajes de comics, de superhéroes de comics y con las fotos que se sacaban se hacía un comic con sus viñetas y sus colores y todo con el sistema photoshop y luego los invitados se quedaban el comic de recuerdo. Era una buena idea para despedidas de soltero. La noche la teníamos que pasar en una casa de campo y había un gato que no dejaba de morderme y tenía colmillos como los de los vampiros que se clavaban en mi espalda. Al final tuve que matar al gato, era él o yo. No puede dormir por haber matado al gato así que me fui a dar un paseo, empezó a amanecer y vi un hermoso río. Decidí meterme a darme un baño pero la corriente me arrastraba hacia el mar, un hombre en una lancha me salvó la vida. Quise agradecérselo y le acompañé a donde vivía, al hombre le daba un poco de vergüenza vivir allí porque era un sanatorio psiquiátrico. Le acompañé, le di mi tarjeta y cuando salía me encontré a una mujer morena de pelo largo que andaba medio desnuda, debía tratarse de una paciente. Me dijo que ella era de Zeld en inglés y luego me apuntó su número de teléfono en la tripa y yo apunté el mío en sus nalgas. Estuvimos retozando por todo el edificio, había un hombre obsesionado por conducir al que le habían regalado un cochecito teledirigido y nos divertimos con él. El problema fue que él también quería estar con la chica y no había manera de quitármelo de encima. Por fin la chica y yo encontramos un camastro y nos tendimos juntos, era una maravilla sentir su piel caliente y yo la decía que pensaba siempre que las morenas tenían la piel más cálida. Entonces escuchamos un accidente de coche porque el obseso por conducir había robado un coche y se había estampanado, tuve que salir de aquel edificio porque se armó un revuelo fenomenal y no me dio tiempo a despedirme de la mujer de Zeld. Me fui a casa a escucharmúsica latina y alguna canción de amor de algún autor

Concurso posicionamiento participamos con el blog comunactivo y hacemos marketing comunactivo

Enviado por: jose imaginacion

El Hombre Romantico

martes, 28 de octubre de 2008

La dependienta del corte ingles

La dependienta del corte ingles

LA DEPENDIENTA DEL CORTE INGLES Había retomado mis estudios de derecho, me encontraba tomando apuntes en la universidad de Palencia. Escribía lo importante con un bolígrafo rojo. Me gustaba mi bolígrafo rojo y cómo iban quedando los apuntes apuntados en cuartillas. El profesor era un hombre cano que sentía respeto por mí. Me alegraba de haber retomado mis estudios. Me sentía más joven. También me encontraba en la universidad con compañeros y compañeras muy agradables. Recuerdo que había quedado con Paco en un Cyber—probablemente de la universidad—muy grande, un cyber enorme. Mi amigo Paco estaba deprimido y preocupado porque creía que el quince de noviembre del 2008 empezaría la tercera guerra mundial. Buscábamos en Internet algo que tuviera que ver con el quince de noviembre y descubríamos que ya el quince de noviembre del 2007 se hablaba de la tercera guerra pero eso no nos tranquilizaba. Sentíamos que en esa fecha se reunirían los dirigentes del mundo para preparar la tercera guerra mundial, yo pensaba en mis seres queridos. Había una mujer tipo Candela Peña que me gustaba, estaba en el cyber también. Me daba un correo electrónico muy erótico pero era muy exigente sexualmente y eso la hacía diferente y dura, aun así me gustaba. Me despedía de mi amigo y me fui por Palencia a pasear. Encontré un camión que iba cargado de leones, yo saludaba a los leones, les hacía gestos para que gruñeran pero ellos no se enfadaban. Entonces los leones se convirtieron en mujeres desnudas, el camión llevaba un cargamento de mujeres desnudas y yo pensé que estaba teniendo una alucinación. Poco después volvía a ver los leones, corrí un poco y les chillé para que me gruñeran pero los leones no hacían nada. Todo era muy extraño. Me preguntaba para dónde eran esos cargamentos de leones y pensé que quizás había cristianos en un circo romano esperando su fatídico fin o era una imagen de que el cristianismo sería perseguido. Me pasaban cosas muy extrañas, recuerdo aquel político amigo mío licenciado en economía al que llevaba veinte años sin ver y me preguntaba qué opinión tendría sobre la crisis financiera mundial. Cuando me lo encontré sólo le dije hasta luego. Pero no era casual habérmelo encontrado. Total que vi un corte inglés y me metí a compararme una cartera de piel, me atendió una colombiana muy simpática que tenía uno ochenta de estatura y era un poco gorda, de cara un poco vulgar, morena y con coleta. Vivía allí en el corte inglés en un departamento al que se llegaba mediante un ascensor. Nos hicimos amigos y me invitó a subir a su departamento. Allí me presentó a un sudamericano que me dijo que leyera a José Martí. Yo no había escuchado ese nombre en mi vida. Luego supe que era un modernista. La colombiana me dijo que era oruga por el horóscopo chino de Colombia, tampoco había escuchado nada igual. Empezaba a anochecer y yo hablaba con la dependienta sentado en su cama, mi madre me llamó al móvil y quería venir a buscarme. Yo no quería que ella se enterase de que tenía una nueva amiga. La dependienta quería ser mi novia y yo pensaba que no estaba preparado para ello pero que tampoco quería estar solo. No sabía qué hacer. El quince de noviembre se estaba acercando. Escuchaba con ella canciones románticas y música latina y dejaba pasar el tiempo.

Concurso posicionamiento participamos con el blog comunactivo y hacemos marketing comunactivo

Enviado por: jose imaginacion

El Hombre Romantico

lunes, 13 de octubre de 2008

REBECA

REBECA
En las escalinatas del edificio solía perderse entre la niebla. Con un abrigo negro que la cubría su traje de punto y unos zapatos oscuros de tacón ella solía caminar por aquel edificio del que yo no conseguía ver su utilidad. Pasaban los días, pasaban los meses y ella siempre paseaba por las escalinatas de aquel edificio, siempre sola. Yo también solía pasear por allí. Un día le pedí un cigarrillo, hablamos. Desde aquel momento dejamos de ser unos desconocidos y solíamos pasear juntos. Se llamaba Rebeca. Me gustaba el olor de su perfume un tanto atrevido con notas de madera y naranja, me gustaban sus ojos grises y su piel muy blanca. Me gustaba su pelo negro que ella solía recoger en una coleta y me gustaba que ella hablase poco y permaneciese silenciosa largo tiempo haciéndome compañía. No le gustaba hablar de ella misma y yo no conocía casi nada de ella, su nombre sí pero no sabía su edad: podría tener entre treinta y cuarenta años pero no estaba seguro de ello. Parecía una mujer que se hubiera escapado de una película en blanco y negro; siempre sofisticada, siempre elegante. Con el tiempo empecé a soñar con ella y todo lo que no me decía en la vida real me lo decía en sueños, así supe que había estado casada y que tuvo un hijo pero que perdió su custodia porque tuvo una crisis depresiva y ahora vivía sola sin marido ni hijo. También supe que era secretaria internacional para una internacional que exportaba frutas.
--Cree en lo que haces—me dijo una vez.
Y era una buena filosofía pero yo en aquel tiempo no estaba haciendo nada. Ni trabajaba, ni estudiaba, ni escribía. Me dedicaba a hacer viajes cortos con el dinero del paro y a tomar tapas en los bares con una Laiker para acompañar. La vida transcurría sin violencia porque no dejaba que la dureza del mundo impregnara mi vida. Veía las noticias sólo una vez al día y jamás leía prensa. Vivía de esa forma en un mundo más íntimo, refugiado en mis clásicos japoneses y en la música de radio tres. Todo el tiempo que transcurría lo hacía de forma muy lenta, el tiempo se había ralentizado aquellos días últimos del mes de noviembre. Empezaba a encontrarle un sentido al silencio cuando antes me asustaba, en cierta medida había madurado. Disfrutaba de mi propia soledad y cuando estaba con ella disfrutaba de su compañía. El amor es un sentimiento difícil de encontrar y todavía más difícil de conservar. Ella nunca me quiso y de esa forma yo nunca llegué a perder su amor. Dicen que la vida consiste en hacer cosas, que siempre hay que estar haciendo algo. Pero yo vivía sin hacer nada y encontraba en esa vida un gesto noble: el que nada hace nada teme. Pero sabía que más tarde o más temprano tendría que activarme y que de esa actividad podrían salir experiencias que de alguna manera enriquecerían o empobrecerían mi vida. Buscaba un sentido a la acción, un sentido al hecho de hacer cosas, de crear algo, de moverme por la vida…¿Qué sentido tenía todo aquello? Empezaba a pensar que la vida sólo tiene el sentido que tú quieras darle porque el secreto de la vida es que está desprovista de sentido y sólo tiene el sentido que tú quieras darle. Podría entonces intentar ser más sabio, intentar ser más inteligente, intentar ser mejor. Pero luego estaba ella: ella no intentaba ser más sabia, más inteligente ni mejor. Ella solamente paseaba, callaba. Era una mujer silenciosa y hermética que se comunicaba conmigo por medio de sueños. Este hecho tardé en comprenderlo. Más tarde descubrí que era la mayor habilidad de ella pero una habilidad que tenían todas las mujeres. Tenía tiempo para pensar y pensé en lo poco que conocemos a las mujeres, sobre todo cuando las amamos, sobre todo cuando estamos junto a ellas. ¡Qué poco conocemos a las mujeres! Ellas siguen siendo un misterio para nosotros y cuando un hombre se encuentra a una mujer que es realmente misteriosa de lo que se da cuenta es de que lo es tanto como cualquier otra mujer. Yo había descubierto algo: para poder amar tienes que amarlo todo. Eso era para mí toda una lección. No podía amar realmente a una mujer sin amar antes la naturaleza y los pájaros, el mar y las montañas. No podía amar a una mujer sin amar a mis semejantes y comprender sus miserables vidas. Pero también podía pensar en que llega el momento en el que todo se acaba y que también el amor se extingue. Puedes pensar que el amor se extingue y puedes pensar que dura para siempre y puedes sentir incluso el amor que ya no tienes, el amor que te falta. Trazar una red de relaciones amorosas para sentirse amado, ese es el sentido de la vida de muchos que no resistirían sentirse solos. Los verdaderamente fuertes son aquellos que soportan la propia soledad y han sabido ser autosuficientes. ¿Pero qué tipo de monstruo es aquel que no necesita el amor de los demás? Tener la mente serena es necesario para que se operen grandes cambios en la vida de uno y si hay algo igual de necesario es que la mente sea lo más positiva posible. Llega a veces la necesidad de lo maravilloso a la vida de alguien sin entender que la vida ya es de por sí maravillosa, ya es de por sí un milagro. Pero cuando estamos solos podemos llegar a comprender que todos estamos solos. Por eso aquella mujer solitaria, Rebeca, me transmitía toda la fuerza que existe en la soledad. Su elegancia me apartaba de un mundo demasiado mediocre, demasiado grosero. España en aquella época tenía dirigentes políticos mediocres, líderes que no eran líderes. En aquella época yo tenía la certeza de que no pertenecía a una gran nación, a un gran país. Yo tenía la certeza de que vivía en un estado de mediocres, autoindulgentes, marujos y envidiosos. También el fantasma de la avaricia se cernía sobre el territorio, todo el mundo pensaba en hacerse rico, en vender su casa más cara y sacarle el máximo beneficio. Por eso vivía refugiado en mi mundo y eso me dignificaba. Rebeca había empezado a ser parte de mi mundo también y con el tiempo sabía que no podría vivir sin ella aunque ella no sintiera el más mínimo amor por mí, quizás porque no podía sentirlo por nadie. Fue entonces cuando empecé a pensar si su soledad no sería dolor. Entonces llegué a pensar que la soledad del mundo es dolor y que el dolor es soledad del mundo y que el círculo parecía que se cerraba pero permanecía abierto interminablemente. Todo sería como una larga cadena de amores no correspondidos. Entonces surge la necesidad del placer, llenar nuestras vidas con el placer de algo. El ser humano quiere sentir placer e inicia su frenética carrera para encontrarlo pero nunca está satisfecho y al final el placer le destruye. Incluso el placer traía consigo una desgracia. ¿Cuánta verdad puede soportar un espíritu? Porque la búsqueda de la verdad también puede ser un aliciente para vivir más intensamente y mejor, pero no sabemos que la búsqueda de la verdad puede llevar a la locura. Entonces la búsqueda de la verdad tampoco funciona, ni la búsqueda de la sabiduría, ni la búsqueda del placer. Busquemos a una mujer entonces pero quizás corramos el riesgo de encontrarla y que esa mujer sea como Rebeca para que entonces nuestros días no tengan luz. ¿Por qué Dios nos ha dejado tan solos? Y las respuestas tenemos que encontrarlas con un dedo señalando la nada. Dicen que de este mundo sólo el amor nos salva. Cree que este mundo es el infierno y vivirás en el infierno.
Rebeca en sueños me decía que este mundo es un lugar de castigo al que han llegado las almas menos evolucionadas del universo, por eso vemos siempre gente tan falsa y tan vulgar en nuestras vidas. Hay muy pocos espíritus nobles. Por sus palabras deducía que Rebeca se creía un espíritu noble y tal vez a mí me considerase un espíritu noble también. Creer que somos algo excelso rodeados de excremento humano es lo que muchos se creen para poder sobrevivir al olor de su propia podredumbre. No hay nadie que se considere un residuo del sistema. ¿Pero no es creernos mejores lo que nos posibilita ser mejores? Es un comienzo al menos. Elegimos nuestro trabajo y nuestras amistades con el cuidado suficiente para poder sentirnos bien en nuestra piel. Rodearse de lo que nadie quiere nadie lo hace. A veces los mejores se quedan solos y se quedan en compañía de los peores que también se han quedado solos. A veces lo ignominioso y lo sublime coinciden y practican una conversación. Yo, que ya no tenía miedo al silencio, pretendía ser lo mejor posible. Yo, que ya no tenía miedo al silencio, quería evolucionar. Rebeca estaba conmigo siempre silenciosa menos en sueños, Rebeca me acompañaba por las escalinatas del edificio que se tragaba la niebla, Rebeca que había escogido estar sola. Ella y yo ni siquiera nos rozábamos. Ella sabía que yo la quería pero el sexo era algo que estaba muy lejos de su mente, el sexo pertenecía a lo sucio, a lo vulgar, a lo común. En definitiva el sexo pertenecía al mundo de los instintos con los que tanto se regodean los seres inferiores. Estar con ella era un sacerdocio que era bueno para el alma, el dolor nos construye. Estar con ella era estar en una llama que no se extinguía, brillaba azul. Estar con ella era reconocerse como dueño y señor de uno mismo, el ser humano estaba salvado. Inmediatamente comprendía cuál era la lección que tenía que aprender: autoestima. Me elevaba su compañía, hacía que me valorase más al valorarla más a ella. Autoestima no exenta de cierta grandeza. Meditaba mucho lo torpe que había sido con algunas chicas al estar con ella, nadie es perfecto. Ahora ya no podía ser vulgar, ya no podía dejarme llevar por mis instintos, ya no podría poner el sexo por delante. De ahora en adelante cuando estuviera con una chica sería para entrar en su alma, de aquí mi superioridad. Me daba miedo convertirme en un ser superior que no supiera cómo ganarse la vida, tanta excelencia anularía mi sentido práctico. Empezaba a pensar si había tenido sentido práctico alguna vez. Sin sentido práctico te puedes morir de hambre, sin sentido práctico eres despreciado por la pareja y la familia. Sin sentido práctico no se puede llegar a vivir.
Rebeca me seguía hablando en sueños, nunca se lo dije. Y cuando un día fui a la escalinata del edificio y no la encontré supe que ella había decidido ser totalmente sublime, totalmente platónica. Supe que ella había decidido estar sólo en mis sueños, estar sólo en mis sueños porque jamás había conseguido ser real.

martes, 7 de octubre de 2008

Aparición de la mujer esquizofrénica

APARICIÓN DE LA MUJER ESQUIZOFRÉNICA

Veinte años sin verle y se había hecho rico. Mi amigo Eduardo me sonreía desde su metro noventa feliz de haberme encontrado después de tanto tiempo. Nos dimos los teléfonos, tomamos un café. Eduardo había sido el mayor sinvergüenza de la universidad de económicas pero él ahora tenía su propia empresa de sistemas de seguridad y yo trabajaba como contable. Los dos éramos dos cuarentones que habían vivido lo suyo, pero mientras yo me había retirado discretamente de la vida él seguía disfrutándola sin ningún tipo de reparo. Vivía con una chica de veinticinco años, se daba todo tipo de caprichos y seguía tonteando con las drogas. Por mi parte yo ni siquiera fumaba, me había abandonado mi mujer y vivía solo en una casa de un barrio obrero. Estaba precisamente solo en mi casa cuando la llamada de Eduardo me despertó:
--¿Tienes un disfraz de algo?—me dijo—Vamos a quedar en un bar de la calle Goya, aquel donde íbamos siempre, con intención de marchar para Zúñigo donde hay una fiesta medieval…¿Conoces el pueblo? ¿No? Pues vente con nosotros que te lo vas a pasar de rechupete.
No sé muy bien por qué accedí. Eduardo no me inspiraba confianza. La verdad era que Eduardo había tenido problemas con la policía por posesión de substancias en los años noventa, todos nos habíamos enterado. Salió en la prensa. Pero pensé que Eduardo era mi amigo y que se merecía otra oportunidad.
Fui al bar de la calle Goya con mi disfraz de cura debajo del brazo. Semejante disfraz encajaba con mi imagen de moralista que me atribuían mis amigos. Cuando llegué Eduardo me presentó a su amigo Pedro, un escuálido enano que jugaba a las máquinas y que estaba completamente calvo con la cabeza afeitada. Un escuálido enano que me dio muy mal rollo. Acto seguido me presentó a Sole, una veinteañera morena de grandes pechos y muy guapa, con una mirada árabe. Al parecer Pedro y Sole eran como novios, esto me hizo sospechar algo. Yo me tomé una fanta porque ya no bebía pero mis amigos empezaron a tomarse whiskeys a las cinco de la tarde como eran. No les quise decir nada. Les dejé hacer. Sole me dio dos besos, se me quedó mirando de forma extraña. Tenía dos hileras perfectas de dientes pero demasiado amarillos. Le constaba trabajo articular una frase coherentemente, hablaba de manera atropellada trasluciendo mucha ansiedad. Inmediatamente me di cuenta de que la chica estaba como una cabra pero había un brillo en sus ojos que me seducía, no me daba cuenta de que aquel brillo no era otra cosa que pura maldad. Sole me comentó que tenía un disfraz de princesa, yo la dije que seguro que estaba muy guapa con él puesto y ella hizo una mueca por respuesta. Evidentemente algo marchaba mal en la cabeza de esa chica. Eduardo sacó las llaves de su nuevo Audy 100 de color blanco, era un cochazo impresionante. Íbamos a hacer el viaje a Zúñigo muy a gusto. De vez en cuando Sole se daba la vuelta y me miraba sonriéndome, se había sentado en el asiento del copiloto y se iba haciendo un porro. Todos fumaban marihuana y hachís. Empecé a darme cuenta de dónde me había metido. Por el camino Eduardo me fue dando detalles de su empresa de sistemas de seguridad, al parecer era un negocio que le había reportado muchos beneficios. Tenía dinero para hacer viajes y fumar la mejor marihuana. Rechacé que me pasaran el porro y quedé un poco mal pero no quería drogas en mi cuerpo. En cuanto se animaron comenzaron a hablar de cuando alquilaron un monasterio para hacer una fiesta de ácidos, contaron cómo acabaron con ácidos hasta por el pelo, como la gente sufrió una psicosis colectiva y unos se pegaban, otros se enterraban, otros corrían de un lado para otro, otros hablaban sin parar…Me pareció una chaladura de puta madre. Sole acabó de rematar los recuerdos del grupo comentando cuando se tomó un éxtasis y vio a la gente de la discoteca bailar sin piel en el cuerpo o cuando veía a su abuela caminar a su lado, su amiga también la veía. Paramos en un bar para seguir bebiendo. La chica tomó licor de hierbas, los demás whisky. Yo de nuevo otra fanta. Todos me compadecían porque no bebiera, fumara o me tomara drogas. La vida era así de complicada o de sencilla. Eduardo se disfrazó de verdugo, Pedro de monje, Sole de princesa y yo de sacerdote. De esta guisa caminamos por el pueblo que estaba en fiestas, había mucha gente disfrazada. Yo sabía que algo iba a salir mal porque la chica no dejaba de lanzarme miraditas ni de rozarme con sus grandes pechos. Yo estaba muy cachondo y en el fondo la deseaba con todo mi corazón. Pedro tenía también mucho dinero y droga suficiente como para poder tener ese bombón a su lado, pero yo, un pobre contable, nunca disfrutaría de semejante compañía. Con el tiempo Pedro me fue cayendo mucho mejor, le veía como a un empresario de éxito que tenía buen gusto y que estaba enamorado de una mujer que le hacía la vida imposible. Ella me gustaba cada vez más. Me di cuenta de que no podía apartarme de su lado y empezó a contarme la triste historia de su saga familiar que era como una película de terror. Inmediatamente comprendí que la chica se lo estaba inventando todo o que quizás se creía sus propias mentiras, lo que era peor. Pero yo me dejaba querer y no dejaba de mirar sus ojos árabes mientras ella encendía un cigarrillo tras otro y pedía más licor de hierbas. Eché de menos mi vida como bebedor. Pero ahora me encontraba en otro estadio de mi existencia y ya no debía fumar más, ni beber más, ni perjudicar mi mente con drogas. Ese era el problema, yo había madurado, tenía ya cuarenta años pero Sole y los otros dos seguían anclados en una especie de infancia permanentemente autoindulgente. Cuando Sole me dijo que pintaba y adiviné en ella a una artista caí enamorado completamente, no sólo era guapa también tenía sensibilidad. El problema era que estaba loca pero sería un problema menor. Me contó como eran sus cuadros justo cuando veíamos un torneo medieval sentados en unas gradas, luego vimos el espectáculo de fuegos artificiales pero Sole no soportó estar tanto tiempo sin beber, rápidamente se escabulló de las gradas junto a Pedro y se largó a tomar una copa. Yo me quedé solo echándola de menos y contemplando los fuegos artificiales. Yo pensaba en ser un genio, pensaba en que había nacido para ser un genio. Pensaba en todo eso y pensaba que merecía tener a esa chica a mi lado, aunque yo tuviera veinte años más que ella. Rápidamente pensé en un juego de seducción. Mi amigo Eduardo me rogaba que andara derecho ya que me estaba dejando encorvar por el peso de los años y los problemas y no era feliz. La verdad es que costaba trabajo ser feliz, me costaba trabajo desde que dejé de beber y me abandonó mi mujer. La vida sin drogas había dejado de ser una feria y ahora me encontraba en la feria de otros para los que la vida seguía siendo una fiesta. Empezaba a notar mucha violencia en mí por esto, me encontraba a disgusto en mi piel. Ya no era el jovencito que apuraba y disfrutaba de la vida, ahora era un señor que empezaba a ser maduro y al que de repente le atraían mujeres mucho más jóvenes. Sole tenía esa extraña fuerza que da la locura a sus elegidos, era además completamente inmoral y parecía adueñarse de la vida completamente. Era guapa, era joven, era deseable. Además no parecía que Pedro supusiera un problema para ella pues rápidamente empezó a coquetear conmigo sin ningún miramiento. Me enamoré de ella y se lo dije a mi amigo Eduardo.
--Me gusta mucho Sole, le voy a dar mi número de teléfono…
--Ten cuidado con esa chica porque está completamente loca—trató de disuadirme mi amigo.
Yo ya no escuchaba enamorado como me encontraba. Escribí en un papel mi número de teléfono, mi dirección y mi correo electrónico. Mi amigo Eduardo me hacía gestos de que no le diera ese papel a la chica pero ya era demasiado tarde.
En cuanto se dio cuenta de que me tenía en su poder dejó de ser amable conmigo, dijo que había echado una pastilla de éxtasis en mi vaso y consiguió asustarme. Luego me dijo que parecía mucho más mayor que la edad que tenía y terminó diciendo que yo era gey y que tenía que asimilar que lo era. Yo no me podía creer semejante cambio de actitud en aquella chica, me encontraba totalmente asustado.
A todo esto seguíamos bebiendo y ya eran las seis de la mañana, así que decidimos irnos a dormir a una tienda de campaña. Pero Sole no quería dormir en una tienda de campaña, así que convenció a Pedro para que nos llevara de vuelta a la ciudad. Mi amigo Eduardo me decía que no subiera al coche con ellos que tendría problemas, pero yo no hice caso. En cada bar de carretera se paraban a beber y a meterse una raya, los insultos hacia mi persona seguían arreciando. Yo no podía entender semejante cambio de actitud. Ella me decía que reconociese que era gey. Fue como una pesadilla. Insistía en que le dijera a todo el mundo que yo era maricón. No dejaba de humillarme. Al final trataba de convencer a Pedro de que no me llevaran a la ciudad, de que me dejaran tirado en medio de la carretera. Aquella chica era pura maldad, estaba en contacto con toda la maldad del mundo…Ella me seguía gustando que era lo peor.
--Mariconazo, mariconazo, admite que eres un mariconazo.
La mujer no dejaba de torturarme, yo estaba a cincuenta kilómetros de mi ciudad disfrazado de cura, con una mujer disfrazada de princesa y un hombre disfrazado de monje. Todo era una puta locura. Pedro y Sole se habían parado en algunos bares de carretera a consumir cocaína y alcohol y estaban que se subían por las nubes.
--¿No te pensaras que ahora te vamos a llevar a tu casa, te vamos a poner el pijama y te vamos a dar el besito de buenas noches, verdad?
Yo estaba aterrorizado, pero prefería quedarme tirado a marcharme con aquella gente que acababa de conocer.
--Deja a este pringado en la cuneta, si lo haces me voy contigo al campo y echamos un polvo.
La sugerencia de Sole a Pedro me helo la sangre, yo no dejaba de suplicar.
--¡Pero Sole por qué me haces esto! ¡Yo sólo quería ser tu amigo y mira en qué situación me encuentro!
--Tú lo que eres es un listo que no quiere admitir que es un mariconazo, puto maricón. No me gusta la gente reprimida como tú, anda y que te den por culo desgraciado.
Y luego le cambiaba la cara y añadía:
--¿No quieres darme un beso? Venga, dame un beso. Te dejo que le des un beso a Pedro también.
Llame a mi amigo Eduardo para que pusiera orden pero me aconsejó que saliera de allí lo más rápidamente posible y cogiera un autobús, pues Sole podía acabar agrediéndome. Al parecer ya había tenido problemas con más personas a las que había agredido.
--No te muevas de allí, voy a buscarte. Dime en qué bar estás.
Por fin mi amigo había comprendido que tenía que venir a buscarme. Eran las diez de la mañana y estábamos disfrazados como fantoches en un bar de carretera. Yo no dejaba de mirar el mapa del mundo que había en la pared pensando en la de miles de sitio que existen y en los que me hubiera gustado estar lejos de allí.
Entonces Sole me dijo en cuanto me vio marchar:
--¿A dónde crees que vas, maricón?
Y agarrándome del cuello me dio el mejor beso en los labios que me han dado en toda la vida. Era un beso lleno de amor y de pasión, profundamente erótico. Era un beso de esos de uno entre un millón que revolvió todos mis sentidos. Aquella chica podía ser maravillosa.
--Y ahora vete si quieres—me dijo.
Una parte de mí quería irse, otra quería quedarse. Entonces escuché una bocina en la puerta del bar. Era mi amigo Eduardo que venía a buscarme.
Me alejé de ella sin resentimiento y ella me envolvió con una mirada llena de un profundo amor. Maldije la locura y la droga que destrozan cuerpos y almas. Esa chica era un ser de luz que había equivocado su camino pero yo no podía salvarlo.
Hice todo el camino de regreso a casa sin hablar con mi amigo y presa de una profunda tristeza. Cuando subí las escaleras de mi casa todavía llevaba puesto el disfraz de cura y no había dormido en toda la noche.

miércoles, 1 de octubre de 2008

Noche con la luna en libra.

NOCHE CON LA LUNA EN LIBRA

Aquella noche era especial y yo no lo sabía, la luna llena estaba en el signo de libra lo que significaba sucesos románticos, sensibilidad y poesía rezumando por los poros de todas las personas del mundo mundial. Yo me vestí con mis mejores galas, me di un baño de pétalos de rosas y me calcé mis zapatos italianos. De esta guisa me puse derecho para medir casi uno ochenta y me fui a la discoteca Paladium donde a estas horas empezaba a llenarse de gente. Vi un grupo de mujeres, eran todas treintañeras a excepción de una cuarentona con gafas. Todas bebían, me puse estratégicamente detrás de ellas. Las observaba fumando un cigarrillo tras otro y dando traguitos de mi Cocacola Zero, no quiero engordar más. Las chicas eran todas del tipo soy una secretaria que se aburre y tiene ganas de marcha y la cuarentona era del tipo un hombre me ha hecho mucho daño así que ten cuidado conmigo. Yo sólo tengo que ver a una persona treinta segundos para saber cómo es. Estaba pendiente de mis lúbricas elucubraciones cuando llegó un cinciuentón borracho con cara de pan y se lanzó a ligarse a la treintañera más gorda de todas las que estaban allí, rápidamente ellas le despacharon con cajas destempladas. Ya sabía con quién me estaba jugando los cuartos. Las chicas se fueron todas a bailar, la cuarentona se quedó sola fumando esperando a que yo la dijera algo, pero a mí me gustaban las chicas de mi edad. La cuarentona llevaba una falda vaquera muy corta que apuntaba hacia mí. Me levanté y me fui a mirar como bailaban las treintañeras. Luego regresaron y yo regresé con ellas, ocupé de nuevo mi sitio. Ellas se pidieron más copas, se fumaron más cigarrillos. Empecé a vislumbrar que vivimos en una sociedad enferma, es la decadencia de occidente de Spengler. La gente si no bebiera se volvería loca, si no tuviera válvulas de escape como la televisión, la pornografía, Internet, las casas de citas…lo que pasa es que la gente no medita lo suficiente, no puede limpiar su alma y su alma es una mente que en vez de estar en un jardín está en un estercolero. Nuestro ego sólo quiere almacenar sucesos agradables y nada más, el resto queda para la basura del inconsciente. Así poco a poco convertimos el inconsciente en una película de terror, pero el trabajo espiritual que no queramos hacer nos va a venir de nuevo en forma de personas o situaciones con las que vamos a tener que lidiar. Todas estas cosas pensaba yo mirando a las treintañeras hasta que me decidí a atacar, la mitad de las chicas se fueron a bailar y la cuarentona se quedó hablando con la más guapa: una rubia natural con hoyuelos y metro setenta. Me fui para ella, la dije que quería hablar un momento con ella y ella me dijo que estaba acompañando a una amiga. Le dije que la dejaba mi teléfono y ella me dijo que no me pensaba llamar. Al cuarto de hora se acercaba hasta mí y pasaba rozándome cuando yo estaba apoyado en una columna, estaba sola y quería que la dijera algo. No me apetecía. Vi un grupo de enfermeras, me fijé en una rubia de treinta y muchos que me hizo un gesto gracioso mientras bailaba.
--Hola, me llamo José.
--Yo soy Cezi, esta es mi amiga tal…mi amiga cual(muak, muak)
--¿Quieres tomar algo?
--No bebo.
--Yo tampoco. ¿Bailas?
--Bailo a la mitad del ritmo de la música, siempre lo hago así…¿Cómo te llamabas que se me ha olvidado?
--……………………
--Yo trabajo en una inmobiliaria ¿Y tú?
--Trabajo en un hospital.
--¿En qué hospital trabajas?
--Perdona pero no quiero hablar de trabajo. Hasta luego.
--Adiós.
Así fue mi noche de ligue en la discoteca Paladium de Valladolid. No me comí un rosco. Pero vi muchas chicas, pensé una estrategia, estuve entretenido. Y mis amigos me dijeron que es mejor intentar un ligue que quedarse en casa tocando la zambomba.
Me fui a casa a escuchar música romantica

lunes, 22 de septiembre de 2008

ROSA LA SANTONA DEL DINERO

ROSA LA SANTONA DEL DINERO

Rosa bendice el dinero, lo hace fluir hacia mí. Rosa es una santona del bien material que camina descalza sobre charcas de ranas. Hizo dinero en la bolsa y ahora pone su dinero a circular. Rosa me enseña que por cada dólar que gane, cada euro, cada peseta fuera de circulación hay otro euro, otra peseta, otro dólar esperando en la reserva kármika de mi alma. Es la vida, cada uno obtiene lo que desea. Sólo tienes que poner a funcionar tu pensamiento visualizando lo que eres. Yo empecé a visualizar que era un genio escribiendo y miles de ideas llegaban a mi mente para que yo las escribiera. Rosa quería que yo no me sintiera como un desgraciado pensando que no valía nada. Porque cuando te sientes como un desgraciado pensando que no vales nada es cuando realmente no vales nada. Si piensas que eres el tonto de la familia serás el tonto de la familia. Rosa sabía que mi problema principal era un problema de autoestima, siempre me había sentido feo y despreciado y sentirme feo y despreciado hacía que fuera feo y despreciado. “Siente que eres un poeta y serás un poeta” ahí estaba la clave de todo, en la frase que Rosa me decía. Era bueno tener una novia que le elevara a uno la moral, aunque fuera una santona del dinero que caminaba descalza entre las charcas. Eran bellos sus ojos pálidos-azules y las comisuras de su boca hacia abajo en un rictus de tristeza del que piensa pesimista porque conoce la realidad. Recordé la frase de Ortega “Somos nuestros pensamientos” y me hizo recapacitar sobre lo que hacía en este mundo, sobre quién era yo…¿Quería seguir siendo un poeta maldito como a mis veinte años o esa etapa había pasado ya? Me resistía a madurar, madurar era lo que tenía que hacer. Madurar era lo necesario. Rosa me decía que tenía que atraer dinero hacia mí, eso era lo importante. Había puesto mi mirada hacia el exterior y no hacia el interior, había pasado la vida contemplando a las chicas de la calle y eso no era bueno para alguien que tenía que estar siempre mirando a su interior. Era necesario mirar dentro de uno y saber qué es lo que tiene de malo y qué es lo que tiene de bueno. Necesitaba autoestima, inspiración y fuerza. Rosa me daba todo eso y además me acercaba a las fuentes de las que manaba el dinero. Era un hombre afortunado.
Con Rosa iba al hipódromo, al casino, al bingo, a cualquier lugar donde se moviera el dinero. Pero también nos gustaba quedarnos en casa escuchando música romantica y retozando como dos cochinillos, era una vida feliz y despreocupada en la que yo recuperé mi autoestima y empecé a entender quién era yo y por qué era como era.

sábado, 20 de septiembre de 2008

LA MUJER DEL BILLAR AUTOMÁTICO.

LA MUJER DEL BILLAR AUTOMÁTICO

Recelaba de mí mismo, era una antigua pesadilla. Me desprendí de mi caparazón de plástico que tanto me pesaba, ese que sentía que no me dejaba pensar. Controlaba las calles, sus pasadizos y misterios. Cada cuarto de hora fumaba un cigarrillo, la nicotina estaba en mi mente y hacía que pensara más rápido. Me deslicé como un insecto por una galería hasta el bar más cercano, en la máquina de billar automático había una pasión rubia y yo siempre había preferido a las morenas. Ya me disponía a ignorarla cuando me preguntó si quería echar una partida al billar automático. Echamos una moneda y la máquina se puso a jugar sin nosotros mientras nosotros pensábamos las jugadas. Ella era una belleza ruda e indescriptible, me dijo que se llamaba Gracia. A las dos horas estábamos bailando agarrados, yo la agarraba a ella de la cintura y la frotaba contra mi cuerpo. La máquina ya pensaba las jugadas por nosotros y jugaba sola. Deslicé mi mano hacia su rodilla y la sentí tibia y dura, era toda una experiencia. Me gustaba rozarme contra su cuerpo. Había una extraña perfección en todo lo que hacía. Miré en sus ojos el reflejo de un colibrí y ella abrió una mano donde tenía una mariposa. Dije algo sobre una herida de mi cuerpo que ya no me dolía y que era mentira, no resultó. Salimos a la calle y estaba lloviendo en la India pero como no estábamos en la India no nos mojamos. Era un encuentro perfecto y yo sentía que el Dios del cosmos me daría todo lo disponible para sobrevivir y que nunca tendría que preocuparme por nada. Vivía con una total despreocupación porque era algo que había aprendido de mis antepasados que nunca vivieron angustiados. Ella me besó la mejilla y parecía simplemente dispuesta a que la diera otro beso más. Levanté mi mano y la posé en su cabeza, sentí el calor de su pelo al instante. Había conocido lo que era el amor muchas veces pero por esa mujer yo sentía cosas nuevas.
Me ofrecía a llevarla a casa a escuchar canciones románticas

LA MUJER DEL BAR

LA MUJER DEL BAR

La mujer tenía dos hileras de dientes perfectos pero muy amarillos por la nicotina. Tenía todos los vicios, no sólo era cocainómana sino también nicotinomániaca. Prendía un cigarrillo tras otro, tenía una absoluta obsesión por fumar. Apuraba una cerveza tras otra como si no tuviera fondo y yo me preguntaba cuál sería la fuente de su infelicidad que tanto la torturaba. Más que pensar parecía que recordase. Llevaba un vestido negro muy ceñido que resaltaba unos pechos pequeños y redondos. Era en exceso delgada y había en su rostro una expresión de sufrimiento que la marcaba. Morena de pelo y de ojos tenía unas cejas finas y perfiladas que le daban al conjunto de su cara un espíritu pensativo. Yo me senté a su lado pero noté que su presencia no hacía compañía, era como si no tuviera presencia o como si no estuviera allí.
La seguí por la calle, se dirigió al mercado y compró pescado. Me ofrecí a llevarla las bolsas.
--¿Por qué me quieres llevar las bolsas? ¿Estás loco? No te conozco de nada.
Yo la dije que sentía que la conocía de toda la vida y que quizás hubiéramos sido amantes en otra vida. Ella me dijo que como no me fuera inmediatamente iba a llamar a la policía.
Yo practicaba por aquella época la magia psicotrónica, así que decidí dominarla mentalmente. Me puse detrás de ella y la mandé ondas mentales de dominio ódico.
--Enamórate de mí, enamórate de mí.
Volvió su rostro hacia mí con un odio intenso.
--¿Qué clase de pirado eres tú que me sigues a todas partes?
Me di la vuelta como si nada y al rato la vi hablar con un policía y señalarme con el dedo.
--Usted—me dijo el policía--¿Está molestando a esta señorita?
Yo puse cara de bueno, miré fijamente a la mujer que seguía que estaba al lado del policía y musité.
--Estoy completamente enamorado de ti.
Mi frase surtió efecto. La mujer pareció apiadarse de mí. Le dijo al policía que me dejara marchar. Sentí el irrefrenable deseo de tratarla de usted como en las películas antiguas.
--La amo—le dije y una lágrima oportuna acudió a mi ojo derecho.
La mujer pensó algo un momento. Algo que yo nunca acertaré a descifrar mientras viva. Quién sabe lo que piensan las mujeres cuando les da por pensar algo de lo que uno no tiene la más absoluta idea.
--¿Qué vamos a hacer contigo?—me dijo sonriendo.
Entonces aproveché para romper a llorar, cogí su mano aunque estuviera ocupada por las bolsas y con gran esfuerzo la levanté hasta mi cara y allí la mojé con mis lágrimas.
--No me dejé—insistía--¡La amo! ¡La amo! ¡ La amo tanto!
Entonces la mujer dijo:
--Salgamos a la calle. Me llamo Marta.
--Yo me llamó José—dije entre lágrimas--, José Imaginación.
--¡Qué nombre más curioso! ¿Es un apodo?
Entonces yo la mandé ondas mentales a su cerebro ordenándola que se enamorase perdidamente de mí.
--¿Por qué me miras así? ¡Qué raro eres!
En ese momento pensé que la única forma que tenía de conquistarla era darle cierto misterio al asunto, ya habíamos salido a la calle y caminábamos juntos hacia algún lugar.
--Usted tiene un gran destino—le dije--, un destino que le tiene reservado el…¡el destino!
La mujer me miró horrorizada.
--No me trates de usted, queda un poco cursi. Además no debo ser mucho más mayor que tú…¿Cuántos años tienes?
--Treinta y seis
--¡Dios mío! ¿Qué has hecho con tu vida? ¿Cómo estás tan avejentado?
Yo volví a llorar de nuevo.
--¡Me tienen que tocar a mí todos los retrasados!—se lamentó la mujer--, mira ¿Tienes algo de dinero para invitarme a una copa? Voy un momento a casa y me esperas en el bar de aquí al lado ¿De acuerdo?
Yo sabía que no iba a volver a verla en la vida pero dejé de llorar.
--De acuerdo—dije.
La mujer se alejó con paso presuroso, con una mano me señalaba el bar donde supuestamente tenía que esperarla.
Entré en el bar y me pedí una copa. Mi energía ódica no había funcionado. Empecé a pensar por qué creía que aquella mujer era cocainómana si no la conocía de nada pero a los cinco minutos empecé a pensar que ella tenía anemia o hepatitis y que era mucho mejor no haber intimado con ella.
Me fui a casa a escuchar una canción de amor