martes, 7 de octubre de 2008

Aparición de la mujer esquizofrénica

APARICIÓN DE LA MUJER ESQUIZOFRÉNICA

Veinte años sin verle y se había hecho rico. Mi amigo Eduardo me sonreía desde su metro noventa feliz de haberme encontrado después de tanto tiempo. Nos dimos los teléfonos, tomamos un café. Eduardo había sido el mayor sinvergüenza de la universidad de económicas pero él ahora tenía su propia empresa de sistemas de seguridad y yo trabajaba como contable. Los dos éramos dos cuarentones que habían vivido lo suyo, pero mientras yo me había retirado discretamente de la vida él seguía disfrutándola sin ningún tipo de reparo. Vivía con una chica de veinticinco años, se daba todo tipo de caprichos y seguía tonteando con las drogas. Por mi parte yo ni siquiera fumaba, me había abandonado mi mujer y vivía solo en una casa de un barrio obrero. Estaba precisamente solo en mi casa cuando la llamada de Eduardo me despertó:
--¿Tienes un disfraz de algo?—me dijo—Vamos a quedar en un bar de la calle Goya, aquel donde íbamos siempre, con intención de marchar para Zúñigo donde hay una fiesta medieval…¿Conoces el pueblo? ¿No? Pues vente con nosotros que te lo vas a pasar de rechupete.
No sé muy bien por qué accedí. Eduardo no me inspiraba confianza. La verdad era que Eduardo había tenido problemas con la policía por posesión de substancias en los años noventa, todos nos habíamos enterado. Salió en la prensa. Pero pensé que Eduardo era mi amigo y que se merecía otra oportunidad.
Fui al bar de la calle Goya con mi disfraz de cura debajo del brazo. Semejante disfraz encajaba con mi imagen de moralista que me atribuían mis amigos. Cuando llegué Eduardo me presentó a su amigo Pedro, un escuálido enano que jugaba a las máquinas y que estaba completamente calvo con la cabeza afeitada. Un escuálido enano que me dio muy mal rollo. Acto seguido me presentó a Sole, una veinteañera morena de grandes pechos y muy guapa, con una mirada árabe. Al parecer Pedro y Sole eran como novios, esto me hizo sospechar algo. Yo me tomé una fanta porque ya no bebía pero mis amigos empezaron a tomarse whiskeys a las cinco de la tarde como eran. No les quise decir nada. Les dejé hacer. Sole me dio dos besos, se me quedó mirando de forma extraña. Tenía dos hileras perfectas de dientes pero demasiado amarillos. Le constaba trabajo articular una frase coherentemente, hablaba de manera atropellada trasluciendo mucha ansiedad. Inmediatamente me di cuenta de que la chica estaba como una cabra pero había un brillo en sus ojos que me seducía, no me daba cuenta de que aquel brillo no era otra cosa que pura maldad. Sole me comentó que tenía un disfraz de princesa, yo la dije que seguro que estaba muy guapa con él puesto y ella hizo una mueca por respuesta. Evidentemente algo marchaba mal en la cabeza de esa chica. Eduardo sacó las llaves de su nuevo Audy 100 de color blanco, era un cochazo impresionante. Íbamos a hacer el viaje a Zúñigo muy a gusto. De vez en cuando Sole se daba la vuelta y me miraba sonriéndome, se había sentado en el asiento del copiloto y se iba haciendo un porro. Todos fumaban marihuana y hachís. Empecé a darme cuenta de dónde me había metido. Por el camino Eduardo me fue dando detalles de su empresa de sistemas de seguridad, al parecer era un negocio que le había reportado muchos beneficios. Tenía dinero para hacer viajes y fumar la mejor marihuana. Rechacé que me pasaran el porro y quedé un poco mal pero no quería drogas en mi cuerpo. En cuanto se animaron comenzaron a hablar de cuando alquilaron un monasterio para hacer una fiesta de ácidos, contaron cómo acabaron con ácidos hasta por el pelo, como la gente sufrió una psicosis colectiva y unos se pegaban, otros se enterraban, otros corrían de un lado para otro, otros hablaban sin parar…Me pareció una chaladura de puta madre. Sole acabó de rematar los recuerdos del grupo comentando cuando se tomó un éxtasis y vio a la gente de la discoteca bailar sin piel en el cuerpo o cuando veía a su abuela caminar a su lado, su amiga también la veía. Paramos en un bar para seguir bebiendo. La chica tomó licor de hierbas, los demás whisky. Yo de nuevo otra fanta. Todos me compadecían porque no bebiera, fumara o me tomara drogas. La vida era así de complicada o de sencilla. Eduardo se disfrazó de verdugo, Pedro de monje, Sole de princesa y yo de sacerdote. De esta guisa caminamos por el pueblo que estaba en fiestas, había mucha gente disfrazada. Yo sabía que algo iba a salir mal porque la chica no dejaba de lanzarme miraditas ni de rozarme con sus grandes pechos. Yo estaba muy cachondo y en el fondo la deseaba con todo mi corazón. Pedro tenía también mucho dinero y droga suficiente como para poder tener ese bombón a su lado, pero yo, un pobre contable, nunca disfrutaría de semejante compañía. Con el tiempo Pedro me fue cayendo mucho mejor, le veía como a un empresario de éxito que tenía buen gusto y que estaba enamorado de una mujer que le hacía la vida imposible. Ella me gustaba cada vez más. Me di cuenta de que no podía apartarme de su lado y empezó a contarme la triste historia de su saga familiar que era como una película de terror. Inmediatamente comprendí que la chica se lo estaba inventando todo o que quizás se creía sus propias mentiras, lo que era peor. Pero yo me dejaba querer y no dejaba de mirar sus ojos árabes mientras ella encendía un cigarrillo tras otro y pedía más licor de hierbas. Eché de menos mi vida como bebedor. Pero ahora me encontraba en otro estadio de mi existencia y ya no debía fumar más, ni beber más, ni perjudicar mi mente con drogas. Ese era el problema, yo había madurado, tenía ya cuarenta años pero Sole y los otros dos seguían anclados en una especie de infancia permanentemente autoindulgente. Cuando Sole me dijo que pintaba y adiviné en ella a una artista caí enamorado completamente, no sólo era guapa también tenía sensibilidad. El problema era que estaba loca pero sería un problema menor. Me contó como eran sus cuadros justo cuando veíamos un torneo medieval sentados en unas gradas, luego vimos el espectáculo de fuegos artificiales pero Sole no soportó estar tanto tiempo sin beber, rápidamente se escabulló de las gradas junto a Pedro y se largó a tomar una copa. Yo me quedé solo echándola de menos y contemplando los fuegos artificiales. Yo pensaba en ser un genio, pensaba en que había nacido para ser un genio. Pensaba en todo eso y pensaba que merecía tener a esa chica a mi lado, aunque yo tuviera veinte años más que ella. Rápidamente pensé en un juego de seducción. Mi amigo Eduardo me rogaba que andara derecho ya que me estaba dejando encorvar por el peso de los años y los problemas y no era feliz. La verdad es que costaba trabajo ser feliz, me costaba trabajo desde que dejé de beber y me abandonó mi mujer. La vida sin drogas había dejado de ser una feria y ahora me encontraba en la feria de otros para los que la vida seguía siendo una fiesta. Empezaba a notar mucha violencia en mí por esto, me encontraba a disgusto en mi piel. Ya no era el jovencito que apuraba y disfrutaba de la vida, ahora era un señor que empezaba a ser maduro y al que de repente le atraían mujeres mucho más jóvenes. Sole tenía esa extraña fuerza que da la locura a sus elegidos, era además completamente inmoral y parecía adueñarse de la vida completamente. Era guapa, era joven, era deseable. Además no parecía que Pedro supusiera un problema para ella pues rápidamente empezó a coquetear conmigo sin ningún miramiento. Me enamoré de ella y se lo dije a mi amigo Eduardo.
--Me gusta mucho Sole, le voy a dar mi número de teléfono…
--Ten cuidado con esa chica porque está completamente loca—trató de disuadirme mi amigo.
Yo ya no escuchaba enamorado como me encontraba. Escribí en un papel mi número de teléfono, mi dirección y mi correo electrónico. Mi amigo Eduardo me hacía gestos de que no le diera ese papel a la chica pero ya era demasiado tarde.
En cuanto se dio cuenta de que me tenía en su poder dejó de ser amable conmigo, dijo que había echado una pastilla de éxtasis en mi vaso y consiguió asustarme. Luego me dijo que parecía mucho más mayor que la edad que tenía y terminó diciendo que yo era gey y que tenía que asimilar que lo era. Yo no me podía creer semejante cambio de actitud en aquella chica, me encontraba totalmente asustado.
A todo esto seguíamos bebiendo y ya eran las seis de la mañana, así que decidimos irnos a dormir a una tienda de campaña. Pero Sole no quería dormir en una tienda de campaña, así que convenció a Pedro para que nos llevara de vuelta a la ciudad. Mi amigo Eduardo me decía que no subiera al coche con ellos que tendría problemas, pero yo no hice caso. En cada bar de carretera se paraban a beber y a meterse una raya, los insultos hacia mi persona seguían arreciando. Yo no podía entender semejante cambio de actitud. Ella me decía que reconociese que era gey. Fue como una pesadilla. Insistía en que le dijera a todo el mundo que yo era maricón. No dejaba de humillarme. Al final trataba de convencer a Pedro de que no me llevaran a la ciudad, de que me dejaran tirado en medio de la carretera. Aquella chica era pura maldad, estaba en contacto con toda la maldad del mundo…Ella me seguía gustando que era lo peor.
--Mariconazo, mariconazo, admite que eres un mariconazo.
La mujer no dejaba de torturarme, yo estaba a cincuenta kilómetros de mi ciudad disfrazado de cura, con una mujer disfrazada de princesa y un hombre disfrazado de monje. Todo era una puta locura. Pedro y Sole se habían parado en algunos bares de carretera a consumir cocaína y alcohol y estaban que se subían por las nubes.
--¿No te pensaras que ahora te vamos a llevar a tu casa, te vamos a poner el pijama y te vamos a dar el besito de buenas noches, verdad?
Yo estaba aterrorizado, pero prefería quedarme tirado a marcharme con aquella gente que acababa de conocer.
--Deja a este pringado en la cuneta, si lo haces me voy contigo al campo y echamos un polvo.
La sugerencia de Sole a Pedro me helo la sangre, yo no dejaba de suplicar.
--¡Pero Sole por qué me haces esto! ¡Yo sólo quería ser tu amigo y mira en qué situación me encuentro!
--Tú lo que eres es un listo que no quiere admitir que es un mariconazo, puto maricón. No me gusta la gente reprimida como tú, anda y que te den por culo desgraciado.
Y luego le cambiaba la cara y añadía:
--¿No quieres darme un beso? Venga, dame un beso. Te dejo que le des un beso a Pedro también.
Llame a mi amigo Eduardo para que pusiera orden pero me aconsejó que saliera de allí lo más rápidamente posible y cogiera un autobús, pues Sole podía acabar agrediéndome. Al parecer ya había tenido problemas con más personas a las que había agredido.
--No te muevas de allí, voy a buscarte. Dime en qué bar estás.
Por fin mi amigo había comprendido que tenía que venir a buscarme. Eran las diez de la mañana y estábamos disfrazados como fantoches en un bar de carretera. Yo no dejaba de mirar el mapa del mundo que había en la pared pensando en la de miles de sitio que existen y en los que me hubiera gustado estar lejos de allí.
Entonces Sole me dijo en cuanto me vio marchar:
--¿A dónde crees que vas, maricón?
Y agarrándome del cuello me dio el mejor beso en los labios que me han dado en toda la vida. Era un beso lleno de amor y de pasión, profundamente erótico. Era un beso de esos de uno entre un millón que revolvió todos mis sentidos. Aquella chica podía ser maravillosa.
--Y ahora vete si quieres—me dijo.
Una parte de mí quería irse, otra quería quedarse. Entonces escuché una bocina en la puerta del bar. Era mi amigo Eduardo que venía a buscarme.
Me alejé de ella sin resentimiento y ella me envolvió con una mirada llena de un profundo amor. Maldije la locura y la droga que destrozan cuerpos y almas. Esa chica era un ser de luz que había equivocado su camino pero yo no podía salvarlo.
Hice todo el camino de regreso a casa sin hablar con mi amigo y presa de una profunda tristeza. Cuando subí las escaleras de mi casa todavía llevaba puesto el disfraz de cura y no había dormido en toda la noche.

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