lunes, 13 de octubre de 2008

REBECA

REBECA
En las escalinatas del edificio solía perderse entre la niebla. Con un abrigo negro que la cubría su traje de punto y unos zapatos oscuros de tacón ella solía caminar por aquel edificio del que yo no conseguía ver su utilidad. Pasaban los días, pasaban los meses y ella siempre paseaba por las escalinatas de aquel edificio, siempre sola. Yo también solía pasear por allí. Un día le pedí un cigarrillo, hablamos. Desde aquel momento dejamos de ser unos desconocidos y solíamos pasear juntos. Se llamaba Rebeca. Me gustaba el olor de su perfume un tanto atrevido con notas de madera y naranja, me gustaban sus ojos grises y su piel muy blanca. Me gustaba su pelo negro que ella solía recoger en una coleta y me gustaba que ella hablase poco y permaneciese silenciosa largo tiempo haciéndome compañía. No le gustaba hablar de ella misma y yo no conocía casi nada de ella, su nombre sí pero no sabía su edad: podría tener entre treinta y cuarenta años pero no estaba seguro de ello. Parecía una mujer que se hubiera escapado de una película en blanco y negro; siempre sofisticada, siempre elegante. Con el tiempo empecé a soñar con ella y todo lo que no me decía en la vida real me lo decía en sueños, así supe que había estado casada y que tuvo un hijo pero que perdió su custodia porque tuvo una crisis depresiva y ahora vivía sola sin marido ni hijo. También supe que era secretaria internacional para una internacional que exportaba frutas.
--Cree en lo que haces—me dijo una vez.
Y era una buena filosofía pero yo en aquel tiempo no estaba haciendo nada. Ni trabajaba, ni estudiaba, ni escribía. Me dedicaba a hacer viajes cortos con el dinero del paro y a tomar tapas en los bares con una Laiker para acompañar. La vida transcurría sin violencia porque no dejaba que la dureza del mundo impregnara mi vida. Veía las noticias sólo una vez al día y jamás leía prensa. Vivía de esa forma en un mundo más íntimo, refugiado en mis clásicos japoneses y en la música de radio tres. Todo el tiempo que transcurría lo hacía de forma muy lenta, el tiempo se había ralentizado aquellos días últimos del mes de noviembre. Empezaba a encontrarle un sentido al silencio cuando antes me asustaba, en cierta medida había madurado. Disfrutaba de mi propia soledad y cuando estaba con ella disfrutaba de su compañía. El amor es un sentimiento difícil de encontrar y todavía más difícil de conservar. Ella nunca me quiso y de esa forma yo nunca llegué a perder su amor. Dicen que la vida consiste en hacer cosas, que siempre hay que estar haciendo algo. Pero yo vivía sin hacer nada y encontraba en esa vida un gesto noble: el que nada hace nada teme. Pero sabía que más tarde o más temprano tendría que activarme y que de esa actividad podrían salir experiencias que de alguna manera enriquecerían o empobrecerían mi vida. Buscaba un sentido a la acción, un sentido al hecho de hacer cosas, de crear algo, de moverme por la vida…¿Qué sentido tenía todo aquello? Empezaba a pensar que la vida sólo tiene el sentido que tú quieras darle porque el secreto de la vida es que está desprovista de sentido y sólo tiene el sentido que tú quieras darle. Podría entonces intentar ser más sabio, intentar ser más inteligente, intentar ser mejor. Pero luego estaba ella: ella no intentaba ser más sabia, más inteligente ni mejor. Ella solamente paseaba, callaba. Era una mujer silenciosa y hermética que se comunicaba conmigo por medio de sueños. Este hecho tardé en comprenderlo. Más tarde descubrí que era la mayor habilidad de ella pero una habilidad que tenían todas las mujeres. Tenía tiempo para pensar y pensé en lo poco que conocemos a las mujeres, sobre todo cuando las amamos, sobre todo cuando estamos junto a ellas. ¡Qué poco conocemos a las mujeres! Ellas siguen siendo un misterio para nosotros y cuando un hombre se encuentra a una mujer que es realmente misteriosa de lo que se da cuenta es de que lo es tanto como cualquier otra mujer. Yo había descubierto algo: para poder amar tienes que amarlo todo. Eso era para mí toda una lección. No podía amar realmente a una mujer sin amar antes la naturaleza y los pájaros, el mar y las montañas. No podía amar a una mujer sin amar a mis semejantes y comprender sus miserables vidas. Pero también podía pensar en que llega el momento en el que todo se acaba y que también el amor se extingue. Puedes pensar que el amor se extingue y puedes pensar que dura para siempre y puedes sentir incluso el amor que ya no tienes, el amor que te falta. Trazar una red de relaciones amorosas para sentirse amado, ese es el sentido de la vida de muchos que no resistirían sentirse solos. Los verdaderamente fuertes son aquellos que soportan la propia soledad y han sabido ser autosuficientes. ¿Pero qué tipo de monstruo es aquel que no necesita el amor de los demás? Tener la mente serena es necesario para que se operen grandes cambios en la vida de uno y si hay algo igual de necesario es que la mente sea lo más positiva posible. Llega a veces la necesidad de lo maravilloso a la vida de alguien sin entender que la vida ya es de por sí maravillosa, ya es de por sí un milagro. Pero cuando estamos solos podemos llegar a comprender que todos estamos solos. Por eso aquella mujer solitaria, Rebeca, me transmitía toda la fuerza que existe en la soledad. Su elegancia me apartaba de un mundo demasiado mediocre, demasiado grosero. España en aquella época tenía dirigentes políticos mediocres, líderes que no eran líderes. En aquella época yo tenía la certeza de que no pertenecía a una gran nación, a un gran país. Yo tenía la certeza de que vivía en un estado de mediocres, autoindulgentes, marujos y envidiosos. También el fantasma de la avaricia se cernía sobre el territorio, todo el mundo pensaba en hacerse rico, en vender su casa más cara y sacarle el máximo beneficio. Por eso vivía refugiado en mi mundo y eso me dignificaba. Rebeca había empezado a ser parte de mi mundo también y con el tiempo sabía que no podría vivir sin ella aunque ella no sintiera el más mínimo amor por mí, quizás porque no podía sentirlo por nadie. Fue entonces cuando empecé a pensar si su soledad no sería dolor. Entonces llegué a pensar que la soledad del mundo es dolor y que el dolor es soledad del mundo y que el círculo parecía que se cerraba pero permanecía abierto interminablemente. Todo sería como una larga cadena de amores no correspondidos. Entonces surge la necesidad del placer, llenar nuestras vidas con el placer de algo. El ser humano quiere sentir placer e inicia su frenética carrera para encontrarlo pero nunca está satisfecho y al final el placer le destruye. Incluso el placer traía consigo una desgracia. ¿Cuánta verdad puede soportar un espíritu? Porque la búsqueda de la verdad también puede ser un aliciente para vivir más intensamente y mejor, pero no sabemos que la búsqueda de la verdad puede llevar a la locura. Entonces la búsqueda de la verdad tampoco funciona, ni la búsqueda de la sabiduría, ni la búsqueda del placer. Busquemos a una mujer entonces pero quizás corramos el riesgo de encontrarla y que esa mujer sea como Rebeca para que entonces nuestros días no tengan luz. ¿Por qué Dios nos ha dejado tan solos? Y las respuestas tenemos que encontrarlas con un dedo señalando la nada. Dicen que de este mundo sólo el amor nos salva. Cree que este mundo es el infierno y vivirás en el infierno.
Rebeca en sueños me decía que este mundo es un lugar de castigo al que han llegado las almas menos evolucionadas del universo, por eso vemos siempre gente tan falsa y tan vulgar en nuestras vidas. Hay muy pocos espíritus nobles. Por sus palabras deducía que Rebeca se creía un espíritu noble y tal vez a mí me considerase un espíritu noble también. Creer que somos algo excelso rodeados de excremento humano es lo que muchos se creen para poder sobrevivir al olor de su propia podredumbre. No hay nadie que se considere un residuo del sistema. ¿Pero no es creernos mejores lo que nos posibilita ser mejores? Es un comienzo al menos. Elegimos nuestro trabajo y nuestras amistades con el cuidado suficiente para poder sentirnos bien en nuestra piel. Rodearse de lo que nadie quiere nadie lo hace. A veces los mejores se quedan solos y se quedan en compañía de los peores que también se han quedado solos. A veces lo ignominioso y lo sublime coinciden y practican una conversación. Yo, que ya no tenía miedo al silencio, pretendía ser lo mejor posible. Yo, que ya no tenía miedo al silencio, quería evolucionar. Rebeca estaba conmigo siempre silenciosa menos en sueños, Rebeca me acompañaba por las escalinatas del edificio que se tragaba la niebla, Rebeca que había escogido estar sola. Ella y yo ni siquiera nos rozábamos. Ella sabía que yo la quería pero el sexo era algo que estaba muy lejos de su mente, el sexo pertenecía a lo sucio, a lo vulgar, a lo común. En definitiva el sexo pertenecía al mundo de los instintos con los que tanto se regodean los seres inferiores. Estar con ella era un sacerdocio que era bueno para el alma, el dolor nos construye. Estar con ella era estar en una llama que no se extinguía, brillaba azul. Estar con ella era reconocerse como dueño y señor de uno mismo, el ser humano estaba salvado. Inmediatamente comprendía cuál era la lección que tenía que aprender: autoestima. Me elevaba su compañía, hacía que me valorase más al valorarla más a ella. Autoestima no exenta de cierta grandeza. Meditaba mucho lo torpe que había sido con algunas chicas al estar con ella, nadie es perfecto. Ahora ya no podía ser vulgar, ya no podía dejarme llevar por mis instintos, ya no podría poner el sexo por delante. De ahora en adelante cuando estuviera con una chica sería para entrar en su alma, de aquí mi superioridad. Me daba miedo convertirme en un ser superior que no supiera cómo ganarse la vida, tanta excelencia anularía mi sentido práctico. Empezaba a pensar si había tenido sentido práctico alguna vez. Sin sentido práctico te puedes morir de hambre, sin sentido práctico eres despreciado por la pareja y la familia. Sin sentido práctico no se puede llegar a vivir.
Rebeca me seguía hablando en sueños, nunca se lo dije. Y cuando un día fui a la escalinata del edificio y no la encontré supe que ella había decidido ser totalmente sublime, totalmente platónica. Supe que ella había decidido estar sólo en mis sueños, estar sólo en mis sueños porque jamás había conseguido ser real.

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